Unbroken
Cuando el pecho pesa.
Cuando el nudo en la garganta está
latente.
Cuando quieres gritar y quedas mudo.
Cuando aprietas el puño y la
mandíbula, con rabia.
Impotencia.
¿Sabéis bien de lo que hablo verdad?
A todos nos ha pasado y nos seguirá
pasando.
Es eso que pasa cuando las cosas no
salen como uno espera, ya sabéis, con sus consecuentes decepciones.
Y digo yo: y todo esto, ¿por qué? ¿Para qué?
Por suerte o por desgracia no podemos
predecir las acciones de la gente, o sí, pero nos engañamos a
nosotros mismos con aquello que llamamos “confianza”. Sí, ese
botón de autodestruir que damos a esas personas que creemos que no
lo van a hacer y lo acaban haciendo. Ahí es cuando viene el “te lo
dije” más duro: el que se dice uno a sí mismo. Pero bueno, en
esto consiste la vida, caer y levantar. Y eso último es lo que sí
que puedes elegir. Que no quiere decir que sea fácil, pues, para
ello hay que ser valiente.
Se trata de no tener miedo a fallar,
vergüenza a perder, siquiera a no dar la talla. Porque el ser
personas implica tener sentimientos. No somos de roca aunque muchas
veces lo prefiramos. Y el miedo a perder es lo que ocasiona todo lo
que al principio has leído.
Ese miedo que viene al mirar un poco
más allá.
Ver el momento en que acabe lo que
ahora vives.
Da miedo.
Porque simplemente no quieres que
acabe.
Pero sabes que el día llegará.
Y para eso sirve el miedo, para que no
disfrutes del momento como tal vez deberías estar disfrutando.
A veces solo hay que lanzarse y dejarse
llevar.
Nadie lo va a hacer por ti.
Nadie va a vivir por ti.
A veces simplemente tienes que echarlo
a suertes y aceptar que a veces saldrá cara y otra cruz; y
prepararte para lo que venga. Porque la felicidad no se saborea sin
antes probar el sabor amargo de los malos ratos. Porque lo que no te
mata te hace más fuerte.
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