Russo: Capítulo 3

Mi estado de ansiedad me dificultaba ya la movilidad, quería estar con James, volver atrás en el tiempo y que nada de esto hubiera pasado, quería volver a ver la luz… Mi vida por unos segundos. Escuché entonces algo, una voz, y tras concentrarme bien para entender lo que decía (estaba algo aturdida del impacto), comprendí que se trataba de una voz infantil muy segura de sí misma que repetía una y otra vez: “Es tu hora”.

Mis nervios fueron a más. Nuevamente me levanté en busca de alguna salida. Y nada. Ya no sentía los nudillos. “Lo intenté” me dije a modo de satisfacción. La niña seguía repitiendo aquellas palabras, pero no la conseguía ver. Tampoco notaba que esa voz se moviese, es decir, estuviese donde estuviese aquella niña, no se movía. Tras darme cuenta de eso y estar unos minutos así, dejé soltar un gran suspiro, de estos en los que notas que el peligro ya pasó, pero que debías de seguir estando alerta. Me moví unos centímetros a la derecha, con cuidado y procurando hacer el menor número de movimientos posibles, e incluso aguantaba la respiración. Mientras me movía, primero tocaba con mi mano derecha el suelo, para ver si encontraba algún tipo de trampilla o algo, pero en su lugar me topé con algo… Redondo y alargado cuya textura me resultaba familiar también. ¡Era una vela! Entonces caí en la cuenta de que en algún bolsillo debería de tener mi mechero, eso es. Y en efecto,  lo encontré. Rápidamente encendí la vela.

Pude iluminar por completo aquella sala y no había nadie. Miles de cuestiones me vinieron a la cabeza, como por ejemplo la de dónde venía esa voz infantil y la de cómo había llegado allí; si, mirando al techo no había ningún tipo de agujero ni trampilla por el que hubiese podido yo caer. La voz pues, dejó de oírse  en la sala. Mirando a través de la vela me di cuenta de un pequeño pero, para mi suerte, gran detalle: la llama de la vela se movía en algunos puntos de la sala. Y, ¿qué quería eso decir? ¡Exacto! Entraba aire por algún lado, lo que significaba que debía de haber alguna salida o ventana oculta. Reflexionando esto, me puse a buscar, pasando la vela por todos lados, comprobando por dónde se movía más y así encontrar la leve corriente de aire.

Finalmente di con ella. Coincidió con un montón de escombros que había abajo, en la pared de enfrente desde donde caí, todo esto detrás de un viejo sillón en cuyo respaldo había un curioso símbolo: un trébol. “Me ha dado suerte, sí” me dije riendo para mí misma. Agarraba las piedras y las tiraba hacia dentro de la sala, lo más rápido que me permitía mi fatigado cuerpo. Vi el primer hueco por el que podía ver la hierba, y entonces me puse a quitar piedras a la velocidad de la luz, con ansia de libertad. Una vez conseguida la tarea, salí al exterior. Corrí y corrí sin parar hasta llegar a la entrada de la casa, el camino. Estaba empapada y caía una fuerte tormenta. Miré al cielo y empecé a llorar. James… Un increíble sentimiento de culpa invadió mis venas. Si le hubiera hecho caso desde un principio, nada de esto hubiera pasado. Estaba en ningún sitio, sola, agotada, hambrienta y de noche. Sin un lugar donde ir…


No me dio tiempo a cuestionarme más cosas, caí redonda al suelo embarrado. Todo me daba vueltas, sentía cada gota caer en mi rostro. Miré hacia mi izquierda como para tomar mis últimas imágenes del mundo. Miré de nuevo al cielo, dejando caer otra lágrima, que se camuflaba con las de la lluvia. Dejé caer finalmente mi cara hacia la derecha, cuando, por sorpresa vi una luz que poco a poco se acercaba. No podía ver con claridad y exactitud lo que era, pero el sonido de aquellos cascos me hicieron deducir que se trataba de un carruaje. No podía más. Mis párpados se sellaron, aunque mantenía la esperanza de que no fuese para siempre.

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