Ponte en mi lugar (Parte I )
Un lío más y Rebeca iba a la cárcel. Ella tenía 18 años recién cumplidos y antecedentes penales por robar y agresiones a otras personas, pero como era menor, el pago de una determinada suma de dinero la salvaba. Tenía suerte, la verdad, porque precisamente lo que se dice dinero no le faltaba, para nada. Entonces su padre llevaba tres clínicas dentales y su madre era cocinera, dueña de dos de los restaurantes más famosos de aquí. Como para que le faltase algo a Rebeca, ¿eh?, pues sí que le faltaba algo: el afecto.
Sus padres se separaron cuando ella tenía apenas tres años. Mucha gente piensa que eso de las separaciones no repercute en niños tan pequeños, pero no es así, más bien todo lo contrario. Cuando dos padres se separan, mucho antes hubo continuas discusiones en casa, lo que trasmite al niño ese continuo enfrentamiento entre dos personas, ese odio, que le llega en forma de rechazo. Porque, ¿cuántas veces habrán discutido sus padres mientras que Rebeca se pasaba llorando horas y horas en su habitación llamándoles a gritos porque tenía miedo de la oscuridad? Rebeca se sentía sola, no tuvo esa infancia en la que la mayor preocupación de un niño pequeño era la de no salirse de la raya al colorear.
A raíz de esa desafortunada etapa de su vida, Rebeca fue creciendo con todos y cada unos de los momentos que había vivido, reflejándolos en su forma de ser.
Ella estaba intentando sacarse el título de secundaria en la EPA, puesto que en el centro educativo de donde ella residía, ya había agotado todas sus oportunidades de sacárselo.
No tenía amigos, y cada vez que pasaban los alumnos por delante de ella, la miraban mal y ella se limitaba a reir o devolver la mirada con cara de asco. Aunque a veces únicamente sonreía maliciosamente y apartaba la vista hacia algo, en ocasiones tan insignificante como una mosca que se colaba en ese momento por el pasillo.
Un día por la mañana Rebeca estaba sentada en el sofá que había fuera de la sala de la jefa de estudios, una vez más, puesto que no era la primera vez. Estaba tirada a la bartola, mascando su chicle lentamente para saborearlo bien, buscando defectos a las personas que pasaban por allí; que si muy alta, que si muy bajito, que si muy feo, que si muchos granos, etc. Rollo que se le cortó enseguida al oir el insoportable chirrido que hacía la puerta de aquella sala al abrirse, seguido de las palabras "adelante Rebeca" de la jefa de estudios.
Rebeca se levantó, sin dejar de mascar su chicle y sin dejar de poner su cara de asco, entró y muy lentamente, a paso ligero y chulo, avanzó hacia la silla en la que le indicó la jefa que debía sentarse. Ella cogió la silla y se acercó bruscamente hacia la mesa de la jefa de estudios, a la que asustó levemente con ese gesto. Una vez que Carmona, la jefa de estudios, se colocó sus gafas, miró fíjamente a Rebeca y le pidió una explicación de lo sucedido.
Rebeca sin más dilación se limitó a decir la verdad: Juliet se chivó a la profesora de que el trabajo que tenían que hacer juntas lo hizo ella sola, entonces en uno de los cambios de clase la empujó bajando las escaleras y ésta bajó rodando. Carmona se quedó estupefacta ante la manera con la que dijo aquellas palabras, su voz solo transmitía tranquilidad y una total indiferencia de lo que había hecho, por lo cual había sido denunciada, una vez más. Entonces Carmona le preguntó que si tenía idea de lo que le había pasado a Juliet, se había quedado completamente ciega. La reacción de Rebeca al oír esto, de lo que no tenía ni idea, fue durante unos minutos alarmante, por un momento parecía que comprendía la enorme desgracia que le había causado a su compañera por una tontería.
Pero no, eso fue solo durante unos pocos minutos, a Rebeca le daba todo igual. Carmona seguía hablando y Rebeca seguía simplemente mascando su chicle, pasando del tema, dedicándose también a observar lo que había a su alrededor. Total, conclusión de la charla: Carmona tenía perro, un marido, dos hijos, una planta que estaba seca de varios días y que era la tercera vez que cambiaba las cosas de sitio en su despacho.
Los días pasaban y cada vez se acercaba el día del juicio, juicio que si perdía, iría a la cárcel. Unas pocas semanas antes del juicio, Rebeca recibió una nota que encontró en su taquilla. Era de Juliet. En ella expresaba la preocupación por ella, porque no le deseaba ningún mal a nadie y no quería que Rebeca se metiera en más líos, a pesar de todo el daño causado, y quería quedar con ella dos o tres días después de que recibiera y leyese esa nota, pues quería comentarle una cosa.
Esta nota impactó e incluso emocionó a Rebeca, y mucho, pues en cada clase preguntaba a alguien sobre Juliet, ya que ciertamente Rebeca sabía poco de ella. Tras recopilar toda la información que pudo sacar, constató que Juliet, primero, no era de aquí, ella procedía de Inglaterra y llevaba dos años en España ya, intentando sacarse un título para poder trabajar aquí, ya que en su tierra tuvo problemas familiares que la hundieron por completo, y se vino con la esperanza de empezar de cero y vivir su vida. Rebeca se quedó sorprendida, se había dado cuenta de que tenían bastantes cosas en común, pero ese aspecto, fue el que más le llamó la atención.
Tres días, dos, uno... y llega el día de la cita. Juliet indicó perfectamente en la nota que a las 3 en el parque de al lado del Ayuntamiento. Rebeca fue puntual y esperó unos minutos hasta que llegó Juliet. Habían pasado tres semanas desde lo ocurrido y Rebeca pudo ver lo bien que se manejaba con su bastoncito, moviéndolo de lado a lado, como el péndulo de un metrónomo, incluso con ritmo. Juliet iba con unas gafas negras y su precioso pelo pelirrojo suelto, enredando con las puntas (lo tenía larguísimo) sin parar de tocarlas, como si se tratase de una manía suya. Una vez las dos frente a frente Juliet empezó a hablar con Rebeca. Ésta le decía que le proponía un trato en el que ella no iría a la cárcel y quedarían a la vez, en paz. Rebeca no se lo pensó dos veces y aceptó, pidiéndole además que le explicase ese trato.
Lo que no sabía Rebeca era que Juliet y Carmona se habían reunido previamente en su oficina. Juliet se había presentado allí para hablar con la jefa y pedir una posible solución a que Rebeca pagase por lo que hizo sin tener que pasar por la cárcel, ya que ella aseguraba que de no ser así, caería en su conciencia, Rebeca estaba pasando por lo mismo que ella hacía unos años, por lo que quería ayudarla a toda costa, convencida de que Rebeca podía cambiar y sacar la bellísima persona que escondía dentro. Carmona pidió consejo a la psicóloga del centro, que hablando con Juliet, llegaron a un acuerdo: concibieron un plan con el que Rebeca cambiaría para siempre, y no fue otro que el de pasar por lo que Juliet se enfrentaba ahora: vivir con cuatro sentidos.
Juliet le explicó entonces a Rebeca que había una solución que le podría interesar y también cambiar su vida para siempre y era la siguiente: permanecer tres semanas con los ojos vendados. Tras reflexionar unos instantes, Rebeca le dijo que aceptaba el trato, por lo que se pusieron manos a la obra.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, se reunieron Carmona, Juliet, la psicóloga y Rebeca en la sala de Carmona, donde vendaron los ojos de Rebeca. Una vez terminada la tarea, la mandaron a clase, como si nada. La primera dificultad que vio fue cómo moverse sin estrellarse con nada ni con nadie, y por mucho que preguntaba, no obtenía respuesta, así que comprendió enseguida que no todo iba a ser tan fácil, por lo que no quiso perder más el tiempo e intentó al menos salir de aquella sala. Iba despacio, con un miedo horrible a chocarse o tropezarse con algo. Ponía su oído bien atento por si escuchaba algo que se pudiese mover o acercarse hacia ella, alzaba sus manos temblorosas a su alrededor, de un lado al otro, arriba, abajo, a los lados, de frente, detrás... Un profundo agobio le había entrado en ese momento. Era consciente de que no había sido capaz siquiera de salir de aquella sala, y si todavía estando ahí se sentía así, no quería imaginarse cómo se sentiría cuando saliese a la calle... Cómo cruzar los pasos de peatones, cómo coger el bus que la llevaba a casa... Cómo... Rebeca se desmayó. Cayó blanca al suelo.
Cuando despertó e intentó abrir los ojos se dio cuenta de que todo no había sido un sueño, que era real. Se preguntaba dónde estaría, si en un hospital, en su casa, o vete tú a saber... Desplazó unos centímetros sus dedos, en busca de su mesilla de noche, esa que estaba al lado de su cama, pero no, no estaba, en su lugar había unos garrotes, así que dedujo que estaba en un hospital. O eso pensaba ella porque en realidad estaba en casa de sus padres (ella vivía con sus abuelos). Meses antes de lo ocurrido sus padres se reconciliaron y al llegarles la noticia de lo que le estaba pasando a su hija, se dieron cuenta de que ya era hora de actuar como verdaderos padres, unidos por la educación de su hija, por lo que decidieron colaborar con el trato y aprovechar así también para ver si podían todavía hacer algo por ganarse a su hija.
Rebeca se sentía paralizada, aunque decidió aguzar los demás sentidos en busca de alguna respuesta. Se calmó y empezó a tratar de inspeccionar lo que había a su alrededor. Dejó escapar un suspiro y puso toda su atención en el oído. Pudo escuchar el hilo de una musiquilla que resonaba no muy lejos de la sala en la que ella estaba; también empezó a percibir un aroma que le resultaba extrañamente familiar, una colonia. Entonces escuchó unos pasos. Era el taconeo al andar de alguien. Al juzgar por su colonia que se podía percibir a kilómetros (era muy fuerte el olor, aunque agradable), Rebeca pudo deducir que se trataba de una mujer de unos cincuenta y pico de años. De repente el taconeo se detuvo y empezaron a sonar otros pasos. Sonaban unos zapatos, pero no se trataban de tacones... debían de ser los zapatos señoriales de un hombre, pensaba Rebeca. El olor de la comida que se empezaba a extender en la sala la tranquilizó; así como el perro que se le abalanzó juguetón a su cama, que casi le cuesta un disgusto, porque el susto fue de infarto. Pero ella por alguna extraña razón, un así, se sentía como en casa. Entonces se armó de valor y preguntó a los presentes que quiénes eran, dónde estaba y cómo podía llegar a casa. La mujer con su discreto taconeo se acercó a la cama donde estaba Rebeca tumbada, le acarició el pelo y suavemente se acercó a su oído diciéndole que estaba en casa. Nada más escuchar eso, Rebeca saltó de la cama, sabía perfectamente que esa voz era de su madre, por lo que el otro presente era su padre, seguro. Pero la sonrisa de Rebeca duró menos de un segundo. Estaba alegre de que al fin dos personas pudieran hablar con ella y que la guiasen, ya que se sentía muy sola, pero... Eso no quitaba todo lo que hicieron, aparte, esta situación solo duraría tres semanas. Por lo que Rebeca exigió que le pidiesen un taxi. Quería ir a casa, ellos no quisieron en su momento saber de ella, pues ella no iba ahora querer saber nada de ellos. Los padres resignados, aunque nada sorprendidos de la reacción de Rebeca, obedecieron.
La mañana siguiente se presentó Juliet en el recreo y fue con Rebeca, para ver qué tal le iba. Rebeca, contenta de poder entablar una conversación con alguien, le contó la sorpresa de ayer. Juliet , que sabía todo ya, le aclaró que ella vino únicamente para decirle que solo las personas que de verdad se preocupasen por ella, le podrían hablar y que ésta era la última vez que le dejaban hablar con ella. Tras esa breve conversación, Rebeca volvió a quedarse sola. Le daba una y mil vueltas a eso de que solo las personas que verdaderamente le quisieran podrían hablarle... ¿Con qué fin le pusieron esa condición? En fin, Rebeca terminó por dejar esa cuestión, pues ella seguía pensando que no necesitaba a nadie.
A lo largo de los días intentaba afrontar sus retos ella sola, como ir a casa sana y salva, llegar a las clases correspondientes, ir de compras... Pero ella poco a poco se iba dando cuenta de que al fin y al cabo sola no iba a ser capaz de hacerlo, porque siempre que se encontraba en algún apuro, allí aparecían sus padres sacándola de toda boca del lobo, pero ella eso no lo valoraba y los seguía rechazando, dedicándoles duras palabras. Los padres, sin embargo, no se daban por vencidos y seguían, y pretendían seguir.
Sus padres se separaron cuando ella tenía apenas tres años. Mucha gente piensa que eso de las separaciones no repercute en niños tan pequeños, pero no es así, más bien todo lo contrario. Cuando dos padres se separan, mucho antes hubo continuas discusiones en casa, lo que trasmite al niño ese continuo enfrentamiento entre dos personas, ese odio, que le llega en forma de rechazo. Porque, ¿cuántas veces habrán discutido sus padres mientras que Rebeca se pasaba llorando horas y horas en su habitación llamándoles a gritos porque tenía miedo de la oscuridad? Rebeca se sentía sola, no tuvo esa infancia en la que la mayor preocupación de un niño pequeño era la de no salirse de la raya al colorear.
A raíz de esa desafortunada etapa de su vida, Rebeca fue creciendo con todos y cada unos de los momentos que había vivido, reflejándolos en su forma de ser.
Ella estaba intentando sacarse el título de secundaria en la EPA, puesto que en el centro educativo de donde ella residía, ya había agotado todas sus oportunidades de sacárselo.
No tenía amigos, y cada vez que pasaban los alumnos por delante de ella, la miraban mal y ella se limitaba a reir o devolver la mirada con cara de asco. Aunque a veces únicamente sonreía maliciosamente y apartaba la vista hacia algo, en ocasiones tan insignificante como una mosca que se colaba en ese momento por el pasillo.
Un día por la mañana Rebeca estaba sentada en el sofá que había fuera de la sala de la jefa de estudios, una vez más, puesto que no era la primera vez. Estaba tirada a la bartola, mascando su chicle lentamente para saborearlo bien, buscando defectos a las personas que pasaban por allí; que si muy alta, que si muy bajito, que si muy feo, que si muchos granos, etc. Rollo que se le cortó enseguida al oir el insoportable chirrido que hacía la puerta de aquella sala al abrirse, seguido de las palabras "adelante Rebeca" de la jefa de estudios.
Rebeca se levantó, sin dejar de mascar su chicle y sin dejar de poner su cara de asco, entró y muy lentamente, a paso ligero y chulo, avanzó hacia la silla en la que le indicó la jefa que debía sentarse. Ella cogió la silla y se acercó bruscamente hacia la mesa de la jefa de estudios, a la que asustó levemente con ese gesto. Una vez que Carmona, la jefa de estudios, se colocó sus gafas, miró fíjamente a Rebeca y le pidió una explicación de lo sucedido.
Rebeca sin más dilación se limitó a decir la verdad: Juliet se chivó a la profesora de que el trabajo que tenían que hacer juntas lo hizo ella sola, entonces en uno de los cambios de clase la empujó bajando las escaleras y ésta bajó rodando. Carmona se quedó estupefacta ante la manera con la que dijo aquellas palabras, su voz solo transmitía tranquilidad y una total indiferencia de lo que había hecho, por lo cual había sido denunciada, una vez más. Entonces Carmona le preguntó que si tenía idea de lo que le había pasado a Juliet, se había quedado completamente ciega. La reacción de Rebeca al oír esto, de lo que no tenía ni idea, fue durante unos minutos alarmante, por un momento parecía que comprendía la enorme desgracia que le había causado a su compañera por una tontería.
Pero no, eso fue solo durante unos pocos minutos, a Rebeca le daba todo igual. Carmona seguía hablando y Rebeca seguía simplemente mascando su chicle, pasando del tema, dedicándose también a observar lo que había a su alrededor. Total, conclusión de la charla: Carmona tenía perro, un marido, dos hijos, una planta que estaba seca de varios días y que era la tercera vez que cambiaba las cosas de sitio en su despacho.
Los días pasaban y cada vez se acercaba el día del juicio, juicio que si perdía, iría a la cárcel. Unas pocas semanas antes del juicio, Rebeca recibió una nota que encontró en su taquilla. Era de Juliet. En ella expresaba la preocupación por ella, porque no le deseaba ningún mal a nadie y no quería que Rebeca se metiera en más líos, a pesar de todo el daño causado, y quería quedar con ella dos o tres días después de que recibiera y leyese esa nota, pues quería comentarle una cosa.
Esta nota impactó e incluso emocionó a Rebeca, y mucho, pues en cada clase preguntaba a alguien sobre Juliet, ya que ciertamente Rebeca sabía poco de ella. Tras recopilar toda la información que pudo sacar, constató que Juliet, primero, no era de aquí, ella procedía de Inglaterra y llevaba dos años en España ya, intentando sacarse un título para poder trabajar aquí, ya que en su tierra tuvo problemas familiares que la hundieron por completo, y se vino con la esperanza de empezar de cero y vivir su vida. Rebeca se quedó sorprendida, se había dado cuenta de que tenían bastantes cosas en común, pero ese aspecto, fue el que más le llamó la atención.
Tres días, dos, uno... y llega el día de la cita. Juliet indicó perfectamente en la nota que a las 3 en el parque de al lado del Ayuntamiento. Rebeca fue puntual y esperó unos minutos hasta que llegó Juliet. Habían pasado tres semanas desde lo ocurrido y Rebeca pudo ver lo bien que se manejaba con su bastoncito, moviéndolo de lado a lado, como el péndulo de un metrónomo, incluso con ritmo. Juliet iba con unas gafas negras y su precioso pelo pelirrojo suelto, enredando con las puntas (lo tenía larguísimo) sin parar de tocarlas, como si se tratase de una manía suya. Una vez las dos frente a frente Juliet empezó a hablar con Rebeca. Ésta le decía que le proponía un trato en el que ella no iría a la cárcel y quedarían a la vez, en paz. Rebeca no se lo pensó dos veces y aceptó, pidiéndole además que le explicase ese trato.
Lo que no sabía Rebeca era que Juliet y Carmona se habían reunido previamente en su oficina. Juliet se había presentado allí para hablar con la jefa y pedir una posible solución a que Rebeca pagase por lo que hizo sin tener que pasar por la cárcel, ya que ella aseguraba que de no ser así, caería en su conciencia, Rebeca estaba pasando por lo mismo que ella hacía unos años, por lo que quería ayudarla a toda costa, convencida de que Rebeca podía cambiar y sacar la bellísima persona que escondía dentro. Carmona pidió consejo a la psicóloga del centro, que hablando con Juliet, llegaron a un acuerdo: concibieron un plan con el que Rebeca cambiaría para siempre, y no fue otro que el de pasar por lo que Juliet se enfrentaba ahora: vivir con cuatro sentidos.
Juliet le explicó entonces a Rebeca que había una solución que le podría interesar y también cambiar su vida para siempre y era la siguiente: permanecer tres semanas con los ojos vendados. Tras reflexionar unos instantes, Rebeca le dijo que aceptaba el trato, por lo que se pusieron manos a la obra.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, se reunieron Carmona, Juliet, la psicóloga y Rebeca en la sala de Carmona, donde vendaron los ojos de Rebeca. Una vez terminada la tarea, la mandaron a clase, como si nada. La primera dificultad que vio fue cómo moverse sin estrellarse con nada ni con nadie, y por mucho que preguntaba, no obtenía respuesta, así que comprendió enseguida que no todo iba a ser tan fácil, por lo que no quiso perder más el tiempo e intentó al menos salir de aquella sala. Iba despacio, con un miedo horrible a chocarse o tropezarse con algo. Ponía su oído bien atento por si escuchaba algo que se pudiese mover o acercarse hacia ella, alzaba sus manos temblorosas a su alrededor, de un lado al otro, arriba, abajo, a los lados, de frente, detrás... Un profundo agobio le había entrado en ese momento. Era consciente de que no había sido capaz siquiera de salir de aquella sala, y si todavía estando ahí se sentía así, no quería imaginarse cómo se sentiría cuando saliese a la calle... Cómo cruzar los pasos de peatones, cómo coger el bus que la llevaba a casa... Cómo... Rebeca se desmayó. Cayó blanca al suelo.
Cuando despertó e intentó abrir los ojos se dio cuenta de que todo no había sido un sueño, que era real. Se preguntaba dónde estaría, si en un hospital, en su casa, o vete tú a saber... Desplazó unos centímetros sus dedos, en busca de su mesilla de noche, esa que estaba al lado de su cama, pero no, no estaba, en su lugar había unos garrotes, así que dedujo que estaba en un hospital. O eso pensaba ella porque en realidad estaba en casa de sus padres (ella vivía con sus abuelos). Meses antes de lo ocurrido sus padres se reconciliaron y al llegarles la noticia de lo que le estaba pasando a su hija, se dieron cuenta de que ya era hora de actuar como verdaderos padres, unidos por la educación de su hija, por lo que decidieron colaborar con el trato y aprovechar así también para ver si podían todavía hacer algo por ganarse a su hija.
Rebeca se sentía paralizada, aunque decidió aguzar los demás sentidos en busca de alguna respuesta. Se calmó y empezó a tratar de inspeccionar lo que había a su alrededor. Dejó escapar un suspiro y puso toda su atención en el oído. Pudo escuchar el hilo de una musiquilla que resonaba no muy lejos de la sala en la que ella estaba; también empezó a percibir un aroma que le resultaba extrañamente familiar, una colonia. Entonces escuchó unos pasos. Era el taconeo al andar de alguien. Al juzgar por su colonia que se podía percibir a kilómetros (era muy fuerte el olor, aunque agradable), Rebeca pudo deducir que se trataba de una mujer de unos cincuenta y pico de años. De repente el taconeo se detuvo y empezaron a sonar otros pasos. Sonaban unos zapatos, pero no se trataban de tacones... debían de ser los zapatos señoriales de un hombre, pensaba Rebeca. El olor de la comida que se empezaba a extender en la sala la tranquilizó; así como el perro que se le abalanzó juguetón a su cama, que casi le cuesta un disgusto, porque el susto fue de infarto. Pero ella por alguna extraña razón, un así, se sentía como en casa. Entonces se armó de valor y preguntó a los presentes que quiénes eran, dónde estaba y cómo podía llegar a casa. La mujer con su discreto taconeo se acercó a la cama donde estaba Rebeca tumbada, le acarició el pelo y suavemente se acercó a su oído diciéndole que estaba en casa. Nada más escuchar eso, Rebeca saltó de la cama, sabía perfectamente que esa voz era de su madre, por lo que el otro presente era su padre, seguro. Pero la sonrisa de Rebeca duró menos de un segundo. Estaba alegre de que al fin dos personas pudieran hablar con ella y que la guiasen, ya que se sentía muy sola, pero... Eso no quitaba todo lo que hicieron, aparte, esta situación solo duraría tres semanas. Por lo que Rebeca exigió que le pidiesen un taxi. Quería ir a casa, ellos no quisieron en su momento saber de ella, pues ella no iba ahora querer saber nada de ellos. Los padres resignados, aunque nada sorprendidos de la reacción de Rebeca, obedecieron.
La mañana siguiente se presentó Juliet en el recreo y fue con Rebeca, para ver qué tal le iba. Rebeca, contenta de poder entablar una conversación con alguien, le contó la sorpresa de ayer. Juliet , que sabía todo ya, le aclaró que ella vino únicamente para decirle que solo las personas que de verdad se preocupasen por ella, le podrían hablar y que ésta era la última vez que le dejaban hablar con ella. Tras esa breve conversación, Rebeca volvió a quedarse sola. Le daba una y mil vueltas a eso de que solo las personas que verdaderamente le quisieran podrían hablarle... ¿Con qué fin le pusieron esa condición? En fin, Rebeca terminó por dejar esa cuestión, pues ella seguía pensando que no necesitaba a nadie.
A lo largo de los días intentaba afrontar sus retos ella sola, como ir a casa sana y salva, llegar a las clases correspondientes, ir de compras... Pero ella poco a poco se iba dando cuenta de que al fin y al cabo sola no iba a ser capaz de hacerlo, porque siempre que se encontraba en algún apuro, allí aparecían sus padres sacándola de toda boca del lobo, pero ella eso no lo valoraba y los seguía rechazando, dedicándoles duras palabras. Los padres, sin embargo, no se daban por vencidos y seguían, y pretendían seguir.
Comentarios
Publicar un comentario