Ponte en mi lugar (Parte II)

Como la cosa no marchaba como esperaban, todos los involucrados en el trato decidieron reunirse de nuevo, pues querían darle una lección de vida a Rebeca y a su vez, reconciliarla con sus padres. Entonces, al final de una larga reunión, acordaron llevar a cabo una salida con la clase de manera totalmente lúdica, concretamente al Palacio Jadín, donde entre otras muchas cosas, había un laberinto de arbustos, situado no muy lejos de la localidad. Tenían que organizarse en grupos, uno de ellos vendarse los ojos y los demás guiarles hasta el final.

Era el último día antes de que Rebeca tuviese que tener aprendida la lección y era el último as que les quedaban para lograr dicho objetivo. Así que pusieron en marcha la idea que acordaron en la pasada reunión.


Durante las clases matinales de aquel día, a última hora se presentó Carmona a explicar la actividad que debían realizar ese mismo día por la tarde, en grupos. Cómo no, todos se pusieron en grupos, menos Rebeca que se quedó sola. Carmona habló al final de la clase particularmente con Rebeca advirtiéndola de que esa actividad era obligatoria e indispensable para aprobar el curso, por lo que tenía que buscar mínimo dos ayudantes en esa prueba, ya que ella sería la que fuese a ciegas, aunque ya llevase así casi tres semanas.


Una vez en casa de sus abuelos, se percató de que hoy iba a estar sola en casa, nadie le abría la puerta cuando llamó, menos mal que llevaba las llaves. Genial -pensó ella- ya sí que no podría contar con nadie, aunque en esas casi tres semanas que llevaba cumpliendo su parte del trato, no le habían dirigido la palabra ni una sola vez. Rebeca se movió indecisa por la casa, buscando su habitación, para tirarse en la cama, con su música y esperar a que las cosas se resolviesen solas, como malamente estaba acostumbrada a hacer. Llegó al salón cuando tropezó con algo, una silla. Esa silla no tenía que estar ahí, en todo el medio. Bueno no le dio mucha importancia y siguió adelante. Ahora con mucho más cuidado, por si había algo más descolocado. Siguió por el pasillo y volvió a toparse con algo, esta vez se dio en el hombro. Empezó a tocar suavemente con la yema de los dedos aquel objeto y comprobó que se trataba de un mueble de madera, de estos altos que tienen un espejo arriba, que debería estar en la entrada. Rebeca se empezaba ya a asustar, ¿por qué habría cambiado todo de lugar?, ¿no tenía ya bastante?... En fin, consiguió llegar a su habitación. Una vez dentro, sacó su móvil y sus cascos de la mochila y se tiró a la cama. Solo dos horas quedaban para que la actividad comenzase y no tenía con quién ir. Se sentía sola, perdida, impotente... Empezaron a caer lágrimas por su rostro. Entonces fue cuando recordó lo que pasaba siempre a continuación de estos momentos desde que estaba con los ojos vendados. Siempre que estaba en alguna situación límite, allí aparecían sus padres, como plaquetas que acudían a cerrar la herida, y Rebeca rechazándoles continuamente... Como humana que también es se sintió mal, por lo que decidió llamarles para disculparse. Como su móvil era en parte táctil, tenía que usar el teléfono fijo de la casa de sus abuelos. Así que sin pausa pero sin prisa, se dirigió hasta ese teléfono. Una vez allí empezó a marcar el número. Cuando ya llevaba la mayoría de los números marcados se le ocurrió una grandísima idea. ¡Eso es!¡Ellos tenían que ser los que deberían acompañarla en la actividad!


Llamó, pues, sin pensárselo dos veces. Tras una interminable espera para Rebeca, cogieron el teléfono. Era su madre. Al decirle todo lo que le tenía que decir, entre lágrimas, pero de felicidad y satisfacción, acordaron en que ellos iban ahora a casa para ayudarla a prepararse y quince minutos antes de la actividad, saldrían, porque, claramente aceptaron ayudarla. Al colgar, a Rebeca le recorrió el cuerpo una nueva sensación, la de que las cosas empezaban a funcionar. Después de muchos años era la primera vez que se sentía bien, agusto. Todo esto se vio interrumpido por el timbre de la puerta. Eran sus padres. Próxima parada, el Palacio Jardín.


Estaban pues, todos en sus grupos, con uno de ellos "ciego". Al llegar Rebeca todos ellos se quedaron sorprendidos, pues daban por hecho que Rebeca iba a pasar del tema, como siempre; en cambio, para los que planearon todo era más que motivo ya de celebración puesto que uno de los objetivos estaba cumpliéndose: la reconciliación de Rebeca con sus padres.


Todos estaban en sus respectivas entradas, y cada "ciego" tenía que entrar y llegar sólo a una zona donde les esperarían sus acompañantes, como previamente les explicaron a todos.


Entonces Rebeca entró. No paraba de tiritar, no sabía cómo era el laberinto, si se pincharía o algo, todo era totalmente desconocido, estaba sola... Escuchaba ruidos, pasos, gritos... Estaba aterrorizada. Entonces dio con una de las paredes, cosa que le sirvió para saber de qué era el laberinto, de arbustos, lo que le daba lugar a una posible existencia de insectos, bichos. Y no había seres que más le aterrorizasen a Rebeca, por lo que su miedo iba poco a poco aumentando. No le quedaba más remedio que ir a ras de los arbustos, para conocer el sentido de los caminos y encontrar por fin la zona en la que ya tendría al menos a sus acompañantes ayudándola. Después de tomar varios caminos, notó en una de los arbustos a los que iba pegada un leve empujón. Volvió, y otro empujón que la hizo incluso retroceder. Cambió de dirección, y otro empujón. Rebeca ya estaba en un estado de ansiedad, sentía que le estaban acorralando, por lo que comenzó a correr, gritando, desesperada, pidiendo ayuda. Tropezó y cayó al suelo. Pero para su suerte, había llegado a la zona donde estaban sus acompañantes esperándola. Al darse cuenta de ello, se calmó y se sintió segura, pues el resto del trayecto la llevaron ellos, y ni un susto, ni un choque, confiaba plenamente en ellos, de nuevo.


Finalmente llegaron a la meta y todos se quitaron las vendas, incluida Rebeca, que fue corriendo a abrazar a sus padres entre lágrimas, más disculpas y agradecimientos por todo, volvían a ser una familia unida.


Pero todavía había más. Juliet se acercó a ella sin bastón ni nada, se quitó las gafas y le dio la enhorabuena, acompañado todo de un abrazo. Resulta que ella era en verdad una de las que formaba el comité de jueces y con esa prueba aseguraba la inocencia de ese falso caso y el de todos los demás en los que estaba metida, su expediente iba a estar limpio, ya que había cumplido su "condena". Rebeca ya no podía caber más en sí de gozo y se lo agradeció de todo corazón a Juliet; a lo que ésta contestaba que no debía de agradecer nada, que ella pasó por situaciones como la de ella y no quería que acabase más gente mal, ya que eso, tenía solución. Esto fue el principio de una gran amistad, y sobre todo de una nueva vida en la que aprendió que nunca es tarde para luchar por aquello que se quiere.



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